domingo, 3 de octubre de 2010

DE RETOUR

La realidad comienza en un silencioso intento, a extender sus tentáculos para intentar atraparme.
Lentamente, me inocula el fluido denso de rutinas y horarios, que en menos de lo que yo quisiera, volverán a acogerme. Primero es solo un presentimiento, la creencia de que llegará. Pero eso, ya le concede la fuerza ecesaria para instalarse en mi cabeza y llenarme de nostalgia por lo que estoy viviendo ahora, como si ya se hubiese ido, como si ya fuera diferente.
Tengo tánto por hacer....Pero me quedaría en este instante sin moverme. Dejaría en suspenso mi cuerpo frente al mar, el horizonte grisaceo, el rugido dulce y constante de las olas.
En Madrid me esperan acechantes: el tedio del trabajo, los proyectos, el teatro, el nuevo libro que aún no tengo en la cabeza, cuestiones legales, humanas, amigos, cenas, prisas. Una ciudad sin mar que no me reconoce.

Tarde o temprano hay que regrersar.

La distancia era necesaria para volver a encontrarme, y ahora que comienzo a sentir mis manos como mías, mi propio pensamiento y las emociones de una forma real, más sosegada, más cierta. Justo ahora quieren hacerme regresar a ese estado confuso y frío de cotidianeidad sin esperanza, donde solo soy aquello que puedo permitirme ser, detrás de tanta responsabilidad impuesta, detrás de cada obligado formalismo y fórmula de cortesía.

No soy socialmente víable. No lo soy. Soy nómada. Soy de una estabilidad diferente. Mi único ancla es la tierra que sostiene mi cuerpo.

La distancia me da la perspectiva de que no estaba en mi sitio, de que ese no era mi lugar y sinembargo, he de volver a colocarme en el tablero junto al resto de peones. Yo, que ni siquiera pertenezco a ese juego, que no reconozco la cuadrícula.
Una mancha de color en ese cielo blanqui-negro.
Condenada al jaque-mate de antemano.

Está claro que la propuesta de realidad que tengo frente a mi, es un mundo de divisiones y limitaciones, de fronteras, de mediciones. Somos lo que este absurdo esquema taxonómico nos deja ser: Somos el dinero que tenemos o no, el género, la raza, somos altos o bajos, locos o cuerdos, gordos o flacos, bellos o no bellos. Somos un credo u otro, una ideología. Somos un número, una dirección. Estamos presos.
Debemos cumplir voluntariosamente con nuestro cometido, porque en este laberinto, en este experimento perverso de normas y consecuencias, cada acción conlleva un resultado que a modo de karma nos condiciona irremisiblemente.

Yo puedo el lunes, decidir "libremente" no volver a ese trabajo estúpidoque no me reporta nada sustancioso Y no ocurre nada. Yo decido. Pero la consecuencia inmediata es que dejarían de pagarme la misería en la que estiman mi tiempo, que esa misería paga las cuentas de mi vida, que desaparezco, que me tachan, que no importo.

No podemos elegir. Y cuando elegimos solo creemos que elegimos. Todo está dispuesto en el resultado: Hasta la ratita blanca que no quiere comer, la que muerde el guante de latex del científico, la que muere de pena.
Un número. Una estadística.


Miro el mar. Siento mi cuerpo grávido pero leve sobre la arena.
Cierro los ojos. Escucho la fuerza infinita del oleaje. Me siento libre. Tres segundos....Uno....Dos.....Tres.....

Aunque solo sea por esto, por la lucidez, por el instante. Aunque solo sea por esto, agradezco la distancia y me aferro a ella como la única posibilidad de consciencia real, de ser, de estar.

Vuelvo a tomar aire, pero no voy a asoltarlo esta vez. Me tomo la revancha. Me lo llevo a Madrid para que me recuerde, para que no me deje caer del todo.

Hay otra manera de hacer las cosas y de sentirlas, fuera del tablero y del laboratorio.